miércoles, 22 de septiembre de 2010

Incongruencias.

Vas caminando sin rumbo, o quizás si tienes uno, pero te da pánico reconocerlo.
Has conocido gente, has aprendido de ellos, más lo único que has reconocido es que en la vida se sufre y a ti no te gusta sufrir, no te gusta sentir pena, no te gusta sentir soledad.

Si te encariñas con algo estas obligado a sentir compromiso, a desarrollar un vínculo, una necesidad de eso, al mismo tiempo sigues estando solo, no vives, solo observas.

Te vuelves sabio de mente pero no de piel ni corazón. Una vez hace mucho tiempo me dieron una lección, el amor se graba en la piel. Cuantos realmente se graban en otro, en un amigo, en una pareja, cuantos están enteramente dispuestos a hacer eso. La respuesta es que muy pocos, muchos hacemos amistades con conveniencia no por afinidad.

Antes solía, darme mucho con la gente, preocuparme por ella, afligirme por sus preocupaciones o problemas. Tuve que aprender a costa de sacrificar mi inocencia a no ser así. Para sobrevivir entre la jauría de perros.

Nunca me ha gustado la sociedad, no me gusta competir, no me gusta sobrepasar a la gente, pero la esencia es esa. La cultura del más apto o fuerte se ha mantenido de tiempos inmemorables. Si eres sensible, eres débil. Si eres humilde, te falta ambición. Si te enamoras al 100% y das todo por nada, eres estúpido.

Desde pequeño la única exigencia que oí fue que tenía que ser profesional, obtener estabilidad económica, y no vivir las peripecias que padecieron nuestros antecesores.

En ningún momento, nadie nos dio un atisbo de lo que podría ser la felicidad. Recuerdo a mi padre un tipo amargado, enfrascado en su frustración, nunca aceptaba que la realidad se adapta a nuestras actitudes con ella. Siempre me preguntaba cuando era pequeño, hijo, eres feliz. Que iba a saber un pendejo que es la felicidad. Nunca me dieron la receta ni siquiera para aspirar a ella. Lo que me hacía feliz en ese entonces era leer. No había nada más en mi realidad que no fuera vivir a través de libros. Al salir a la calle y conocer otras personas sentía terror, hasta hoy lo siento pero disimulo bien.

He llegado a mis veintitantos, cometiendo los mismos errores, dejando los mismos espacios en blanco que otros dejaron atrás por la simple razón de no tener las herramientas básicas para saber enfrentarse a la vida. Sentirte seguro ante otro ser porque sufre al igual que tú. Saber decir cuando alguien te hiere, con las palabras adecuadas en el tono correcto, sin importar la opinión de otro.

Principios y valores, yo siempre creí ciegamente en ellos. Pero vi como otros los pasaban por alto, incluso mis modelos a seguir. Entonces que me quedaba. No había un patrón consecuente, no había siquiera algo de remordimiento en ello. Aprendí fácilmente a desconfiar.

He construido una imagen tan falsa de mi mismo, que ya no reconozco al que una vez fui, que una vez no dudó en dar un abrazo, o decir un te quiero, con un mundo de sueños y esperanzas, de que podría conseguir la tranquilidad que me acercaría a ser feliz.

He perdido demasiado en 20 años, desde que me juré que no sufriría más por confiar en alguien. Si hago un catastro he dejado grandes amistades, geniales mujeres, y grandes desafíos por no hacer lo que sentía. Por no pararme de frente y seguir mi instinto por ilógico que fuera.

La lógica me ha llevado hasta el punto en que me encuentro hoy, donde clasifico a la gente para no tener que involucrarme con ella, me he vuelto un experto, más soy incapaz de verme a mí mismo en un espejo. La gente que pasa por mi lado no da cuenta de la tortura que es para mí bloquear cada señal de que algo en mi está sintiendo. Es más fácil huir. Es más fácil escribir los sentimientos que me atormentan que expresarlos.

He amado a 3 mujeres en mi vida. Una de ellas fue mi esposa y tuvimos una hija preciosa. A mi hija la amo pero con culpa, no he sido el padre que quise ser, no he sido el ejemplo que podría ser, siento que minuto a minuto la he traicionado, como me lo hicieron a mí cuando pequeño y tengo miedo de fracasar sin intentarlo.

La lógica, la culpa y el miedo son el mix perfecto para volverte un zombie en un mundo de sentimientos, a un paso de la locura porque en silencio sufres sin tener a quien acudir.


El buscar una explicación, un modelo, me ha alejado demasiado de mi verdadero yo, de mi esencia, de un ser que no es perfecto, pero sí que es mucho más humano.




lunes, 6 de septiembre de 2010

El amor es el estado en que el hombre ve más las cosas como no son.

Cerré mi libro, estaba oscureciendo y yo estaba muy cómodo en mi sofá. Algo en esa frase me había dejado pensando. Hace tiempo que no pensaba en el amor, hasta que la conocí, y aunque no estaba en mis planes, empecé a desarrollar esos sentimientos extraños que nos hacen sentir fatiga cuando aunque ya estemos comidos o simplemente, nos hacen perder la noción del tiempo.
Avanzaba un invierno, muy helado, y por primera vez tuve que aumentar la cantidad de frazadas a mi cama. Siempre me caracterizaba por dormir con lo básico, pero algo en mí iba sintiendo más frío, cada vez, algo que me había tenido tibio por dentro, ahora se enfriaba.
Para capear esas noches tomaba algo bien caliente y me metía raudamente bajo las sábanas. Y lograba mantener esa sensación tibia mientras movía mis pies tratando de entibiarlos por fricción. Objetivo cumplido caía en profundo sueño.
Era un día de esos normales en la oficina, donde respondes lo que te preguntan, discutes uno que otro procedimiento, y participas de reuniones por descarte. Dada la hora de salida, me convencía que no tenía algo que hacer y volvía a mi departamento sin novedad. Toda mi semana trascurría igual, hasta que un día Antonio me llama para que nos juntáramos a tomar algo para comentar de la vida. Me dijo que estaría con un nuevo grupo de conocidos y asi podría aprovechar de sociabilizar, cosa que no me cayó nada bien.
Llegué al local acordado a eso de las 20:30 hrs. Me pareció bastante burdo el lugar, pero ya que estaba ahí tenía que encontrar a mi amigo, en eso, lo diviso en un grupo, eran unas 5 personas, apretujadas alrededor de 2 mesas. Me acerqué a saludar. Antonio automáticamente se las ingenió para hacerme una broma estúpida, que más que integrarme, me hacía sentir pésimo, pero era su estilo. En una rápida evaluación me di cuenta que había un tipo de unos 30 años con pinta de ejecutivo de ventas, 2 de las chicas parecían ser estudiantes y una que se notaba mucho que se sentía incomoda ahí.
Me senté y me pedí un vodka tónica. Antonio me presentó a sus amigos. Resulto que ser que el tipo era un nuevo socio en sus locos proyectos, una de las chicas estudiantes era la polola, las otras, su amiga y su prima.
Recaí en la prima, no sé porque mi atención siempre recae en quién menos te pesca, mientras la amiga me hablaba como si el mundo se fuese acabar, yo estaba a medias prestando atención a lo que contaban con toda euforia.
Ella nos miraba a todos, pero sus ojos decían que no nos veía. Ni siquiera creo que se esforzaría por hacerlo. Eso me agrado al instante.
¿Estás aburrida? – le pregunté.
Me miró como diciendo: ¿me hablas a mí?
- Oye, sabes, yo no quería venir, pero mi amigo… no lo veo casi nunca.
En eso por fin clavaste tus ojos en mí, no había caído en que eran de color y profundos, algo tristes.
- Yo estoy viviendo con mi prima, y tenía que llegar con ella.
- Entiendo, le digo, te vas con ella y su pololo.- Con aire de que había encontrado un punto.
- No me queda otra.
Me quedé pensando como hilar más conversación pero estaba tupido. En eso me sorprende diciéndome que la acompañe a comprar algo dulce.
- Si estoy aburrida, me dices más relajada. - Pero ahora necesito algo dulce con urgencia.
Yo siempre me he preguntado cuál es la relación oculta de las mujeres con el azúcar. Que los nervios, que la pena, que incluso enojadas busquen dulces. – Hormonas- me dije.
Quería encontrar la palabra adecuada para seguir conversando, pero en definitiva mis nervios pudieron más.
- No sales mucho, verdad. – Me dices directamente.
- Si salgo pero solo con gente que tengo bajo control.
- ¿A qué te refieres con control? - No puedes decir simplemente conocidos.
- No, los bajo control son los que ya conozco, sé sus puntos de alto y bajo. Y no tengo que esforzarme demasiado.
- Igual es un poco fome.
- Para mí es práctico. – le digo.
- Si, pero triste a la vez.
- No sé. – Mi voz salió un poco golpeada, como queriendo no seguir hablando del tema.
Ante mi respuesta. – Silencio. A veces el silencio es muy agradable, muy necesario. Pero en ocasiones te desespera, te ahoga.
- Sabes tengo curiosidad.- ¿Si estas aburrida por qué no buscaste otra opción?
- ¡No!, Me carga molestar.
- Ok.
- ¿Y tú qué haces aquí?
- Nada. Vine por cumplir.
- Y siempre haces todo por cumplir.
- Claro. Me permite integrarme.
- Eres bien extraño.
- Trato de no serlo.

Volvimos al grupo.

Así fue como conocí a esta extraña. Es curioso que aunque fue una de las conversaciones menos profundas que he tenido me dejó esa sensación de tranquilidad. Siempre converso con mujeres para buscarles un punto base para clasificarlas o para descartarlas de lleno. En este caso no encontré nada.

Regresé a mi departamento a eso de la 1:00 am. Estaba cansado. El trago había hecho su trabajo de relajarme, por lo menos mentalmente, todavía no me sacaba esos ojos de la cabeza. Me preguntaba si los volvería a ver. Luego de pasar al baño y lavarme los dientes. Me dispuse a dormir.

Todo había vuelto a la normalidad, mis carretes, mis libros, mi rutina. Nuevamente había vuelto a mi circuito cerrado de pocas emociones. Había desarrollado una nueva afición por los blogs y gastaba horas buscando alguno que me mantuviera entretenido haciéndome un perfil de la persona tras esas letras.
Habían pasado ya unas semanas y me llama Antonio.-
- ¿Como estas antisocial?
- Bien, ¿y tú?
- Genial, me ha ido la raja con mis proyectos.
- Que bueno.- conteste sin inmutarme.
- Te llamaba porque nos vamos a juntar en el departamento de mi socio. Y a todos les caíste bien. En especial a una. Y quieren que te sumes.
- Igual estoy cansado. – Para mis adentros pensé pero y si va esta chica… - ¿A qué hora?
- Vente ahora.
- Ok, deja bañarme y salgo.
- Apúrate o nos encontrarás a todos curados y no pillarás la onda.
- Vale.

Tome una ducha para despabilar. (El agua siempre ha sido uno de mis puntos de relajación). Me vestí lo más casual que pude y salí.

Llegue al departamento y efectivamente habían empezado sin mí. Ya había varias latas de cerveza vacías.
Estaban entretenidos hablando sobre las peores vergüenzas que han pasado. Un baño tapado, un pantalón roto, descubiertos por los padres en el acto mismo.
Me hizo gracia. Pero no me entusiasmé. En eso Antonio me dice:
- Te vas a quedar parado ahí.
- No. – respondí automáticamente.
En un rápido escaneo me di cuenta que ahí estaba ella. Silenciosa. Algo más segura en si misma que la última vez que la ví.
- Hola.- dije a todos.
- Me respondieron. Más ella se limitó solo a observarme.
Por primera vez en mucho tiempo. Sentía ese escalofrío que te recorre el cuerpo y que limita tus acciones.
Por más que buscaba algo de que aferrarme para descartar lo que sentía, no encontré excusas.
Me paré bruscamente y Antonio me miró con sorpresa.
- ¿Dónde vas?
- Al baño, tú sabes, la cerveza. ¿Puedo mamá?
- Dale.
Me apresuré en ir al baño, me dio rabia, sentirme ignorado, casi siempre sabía evadirme de estas cosas, pero esta vez me sobrepaso. Respira. Me decía una y otra vez mientras me mojaba la cara.
Salgo del baño y se me cruza al paso.
- Se puede pasar.-
- Claro, aún está habitable.- Respondo en tono de burla.
- ¿Cómo has estado? Me pregunta al cabo.
- Bien. ¿Por qué no me saludaste cuando llegué? – pregunto algo molesto.
- Ahora lo hago, ¿no es así?
- Me callo.
- ¿Qué te pasa?
- Nada. Solo es que había pensado que el verte de nuevo sería distinto.
- Distinto en qué sentido. No sé, más fluido. Pensé que ya habíamos roto el hielo.
- No seas tonto, que no te hable entre tanto ruido es mejor. Además tú le gustas a la amiga de mi prima y yo no tengo nada que hacer ahí.
- ¡Que estupidez!
- ¿Qué cosa?
- Yo pensé que querían que viniera por ti. No por ella.
- ¿Por mi? – Que tonto eres.
- Tonto. ¿Por qué?
- Porque que hayamos hablado no significa nada. No me conoces, ni yo a ti. Fácilmente podemos estar en paradas totalmente opuestas.
- Bueno.- Yo quiero saber en qué parada estás porque sinceramente te veo igual de perdida que yo aquí.
- No creas. Yo te hablo porque tienes ese aire, de ser buen amigo.
- Amigo.- Retumba en mi cabeza como si me dieran un palo con una olla sobre ella.
- ¿Por qué crees que me gustaría ser solo tu amigo?
- No veo que tengas muchas convicciones de tener una mujer a tu lado.
- Pero eso siempre depende de la mujer que sea. En tu caso vi más de lo que he visto en otras.
- Pero si ni me conoces. Por favor.
- Tampoco me das chances de hacerlo, más allá.
- Alguien como tú. Con tu estilo de vida. Tiene cero posibilidades conmigo.
- Que chiste. Recién dices que podríamos ser amigos, que no nos conocemos lo suficiente y ahora tengo cero posibilidad.
- Silencio.
Ya no daba más de la rabia, no estaba de ánimos de estar ahí. Me dirigí al living donde todos estaban enfiestados. Bebí el último sorbo de cerveza y me excusé.
- Me tengo que ir.
- ¿Qué onda? Si recién llegas. – Me dice Antonio.
- Quédate un rato más.- Me dice la amiga.
- Lo siento. Un tema de la oficina. – Mentí.
Me dirigí a la puerta.
En eso aparece nuevamente y me dice: - quizás tienes razón pero no es el lugar y el momento.
- Esta bien. Ya fue.

Mientras esperaba el ascensor recuperaba el aplomo y calculé toda la situación.

Era otra noche fría donde llegaría a mi departamento, me pondría un pijamas, me metería en mi cama, movería los pies para entibiarlos, leería un blog por ahí, y dormiría tranquilamente.

En mi repaso mental volvió a mi mente esa frase de Nietzsche que leí hace unas noches...
“El amor es el estado en que el hombre ve más las cosas como no son.” – sonreí.
- Había apostado nuevamente. Y había perdido sin jugar a nada.

Continuará…

jueves, 2 de septiembre de 2010

Encuentro.

- ¿Y cómo vas? – te digo como para romper el hielo.
- Bien. – Me dices con tu mirada perdida no sé dónde.
- ¿Quieres comer algo? – Te pregunto, asumiendo que tienes hambre y estas agotada del viaje que has hecho solo para conversar.
- No gracias, no tengo apetito.
- Ok.
- Cuéntame algo o nos quedaremos en eterno silencio.- Te digo algo apremiante.
Me miras con esos ojos profundos y me dices:
- Te acuerdas de Andrés.
- Si claro que me acuerdo, me moría de los celos porque estaba contigo.- bromeo.
- Con Andrés llevamos 2 años viviendo juntos y planeamos formalizar pronto…
- ¿Ya y? – Te respondo con desdén.- ¿Esperas mi aprobación?
- No, enfermo, yo soy feliz con él, no me falta nada, es atento, tierno, pero….
- Pero... ¿Qué?
- No sé, siento que algo no encaja.
- Encajar, já, perdona mi mente está algo torcida.
- No cambias en nada.
- Si he cambiado, pero no pretendo publicarlo.- sentencio. – Ya termina de decirme que te preocupa.
- Es que… te acuerdas cuando te decía que me cautivaba de un hombre.
- Pff… Claro, que te hiciera reír, que no dejara de tomarte la mano, que no dudara en robarte un beso en cualquier parte, etc.
- Me conoces bien.- Me dices mientras sonríes.
- Tengo buena memoria.
- El tema es que ya no es el mismo. Ya no me hacen gracia sus bromas, ni tenemos esos arranques de ternura.
- Pero bueno. Eso es normal que suceda, más si estás conviviendo, ya no huele tan rico… jajá.
- Ridículo, en verdad… estoy asustada, no dudo de mis sentimientos, y aunque suene pendeja, estoy confundida.
- ¿Y has conversado con él?
- He tratado, siempre me dice que la rutina, que el trabajo, etc.
- Y que han hecho para salir de la “rutina”.
- Nos organizamos para salir a cenar, o ir al cine durante la semana.
- ¡Mierda! Para mí ya eso es como obliguémonos a hacer algo juntos, en vez de disfrutarlo.
Sabes te voy a contar una tontera. Yo tengo un amigo, se llama Pablo. Es el digno ejemplo del amor trimestral. El dice que cuando uno se empota deja de disfrutar el amor, por eso, no puede estar más de 3 meses estable.
- ¿Y eso que tiene que ver conmigo?
- Déjame terminar la idea.- El punto es que bien en el fondo él sabe que no es capaz de mantener el interés de esa mujer por más tiempo y se ahorra el hecho de invertir o sufrir para más adelante.
- Todavía no veo la relación.
- Fácil o difícil, este tipo, Andrés, ha invertido tiempo en ti y quiere seguir haciéndolo. El tema es como cresta se pegan el porrazo y vuelven a ser los tortolitos que conocí.
- Jajá. Tú crees que lo podemos sobrellevar.
- De más. Van a tener que reconquistarse de alguna forma y tú la cortes con tu miedo al compromiso.
- ¡Ah!, yo también tengo la culpa.
- Son dos ¿no? Y tú eres mina.
- Que antipático. Igual me gusta hablar contigo.
- Lo sé.
- Que sobrado.- ¿Y tú sigues solo?
- Sí.
- Que fome.- ¿Y por qué?
- Mejor, pidamos la cuenta.