Gonzalo, estaba chato, había sido un día de locos en su trabajo, ya era hora de cerrar el local. Solo estaban él y Erika.
Erika era una chica de unos 29 años, madre soltera.
Erika siempre le hablaba a Gonzalo. Gonzalo en cambio no era mucho de hablar. Pero con el tiempo había comenzado a soltarse con ella. Conversaban de todo a veces se distraían tanto en sus discusiones que algunos clientes reclamaban.
Erika tenía pareja, un tal Julio que a Gonzalo no le agradaba en lo más mínimo. Algo en su actitud, facha, le molestaba con enormidad y su sexto sentido no fallaba. Había algo inconsistente pero no lograba descifrarlo.
Un día notó una actitud extraña en Erika. Estaba más callada que de costumbre y no se concentraba mucho. Gonzalo no se pudo contener y preguntó.
- Erika te pasa algo
- No quiero hablar del tema, Gonzalin.- respondió mientras dejaba escapar una lágrima.
- Tiene que ver con Julio. – insitió. (Gonzalo no puede no saber)
- Si algo así.
Llegó un mar de gente y no siguieron hablando hasta tarde.
Ya daban las 8 de la noche la afluencia de público había disminuido bastante y ambos se encontraban en el cubículo de atención.
- Me vas a decir ahora que te pasa.- instó Gonzalo.
- ¿Para qué quieres saber? Acaso cambiará algo las cosas.
- No para nada pero tengo que trabajar contigo todo el día y no me acomoda verte triste ni que te pares cada 15 minutos a llorar al baño.
- Quien dice que voy a llorar. – espetó Erika.
- Por favor, que me haga el leso no significa que no esté al tanto.- gruñó Gonzalo.
- Ok mira, Julio es…
- Casado. – sentenció Gonzalo.
- ¿Cómo sabes?
- Bah! Las mujeres saben cuando las cosas no son como parecen, sin embargo, son expertas en maquillarlas.
- Bueno eso no es todo, su señora está embarazada. – Al terminar la frase Erika se larga a llorar.
- Erika dice Gonzalo, mientras se acerca no sabiendo bien como reconfortarla.
Si hay algo que le costaba trabajo a Gonzalo era acercarse a una mujer que llora. Su complejidad había hecho que el llanto fuera algo así como una lucha constante en su interior de saber cómo actuar, abrazar, acariciar, o alguna forma de reconfortarla. Para él era demasiado.
Opto por lo básico se acercó, la abrazó ligeramente y le dijo que se tranquilizara.
Por dentro Gonzalo bullía de rabia, sus presentimientos eran acertados otra vez y luchaba contra los comentarios ácidos te habitualmente hacía en estos casos.
Así se encontraban los dos silenciosos, cómplices, Gonzalo acariciando la espalda de Erika tratando de menguar su pena, con las yemas de sus dedos. Erika confundida a más no poder. Sintiéndose acompañada. Sentía la mano tibia de su colega, de una forma u otra su amigo en este momento.
Pasaron un par de minutos ya la fuerza del llanto había cesado. Erika aún sentía la mano tibia de Gonzalo sobre su espalda, recorriéndola suavemente, algo en esa caricia despertaba nuevas sensaciones en su interior. Volteó su rostro clavo su mirada en los profundos ojos de Gonzalo. Y le dio las gracias.
Se reincorporó en su asiento. Gonzalo automáticamente volvió a su posición neutral. Erika se puso de pie y camino hacia el baño.
Gonzalo quedó en pausa, algo en esa mirada lo hizo ponerse alerta. Nunca le ha agradado que sus gestos de empatía sean siempre mal interpretados, mientras observaba su mano.
Erika volvía a su puesto de trabajo ya más compuesta. Miro de reojo alrededor, algo tramaba.
Al acercarse al puesto de trabajo, inspiró para tomar algo de coraje se agachó para tomar la altura del puesto de Gonzalo. Y este al notar de su presencia se sobresalto un poco. Erika se tomó una milésima de segundo y sin dejar que reaccionara lo besó. Fue un beso que al principio Gonzalo no respondió pero que poco a poco fue aceptando, entregándose, quizás compadecido, quizás por su propia búsqueda de afecto.
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